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martes, 29 de enero de 2008

Este cuento enseña a que los niños ayuden a los demás

Había una vez un elefante llamado Bernardo que nunca pensaba en los demás. Un día, mientras Bernardo jugaba con sus compañeros de la escuela, cogió a una piedra y la lanzó hacia los demás. La piedra golpeó al burro Cándido en su oreja, de la que salió mucha sangre. Cuando las maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se pusieron a ayudar a Cándido. Le pusieron un gran curita en su oreja para curarlo. Mientras Cándido lloraba, Bernardo se burlaba, escondiéndose de las maestras.

En la tarde de otro día, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed. Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos venados que jugaban a la orilla del río. Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las arrojó a los venados. Gilberto, el venado más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al río, sin saber nadar. Afortunadamente, Felipe, un venado más grande y que era un buen nadador, se lanzó al río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a Gilberto no le pasó nada, pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba fría, y acabó por coger un resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único que hizo el elefante Bernardo fue reírse de los venados.

Una mañana de sábado, mientras Bernardo daba un paseo por el campo y se comía un poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir el peligro, Bernardo acabó hiriéndose en su espalda y patas con las espinas. Intentó quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar las espinas, que les provocaba mucho dolor. Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor seguía. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió caminar para pedir ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los venados a los que les había echado agua. Al verlos, les gritó:
- Venados, por favor, ayúdenme a quitar esas espinas que me duelen mucho.
Y reconociendo a Bernardo, los venados les dijeron:
- No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó. Aparte de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes que aprender a no herirte ni burlarte de los demás.
El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en busca de ayuda. Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho Bernardo al burro Cándido. Y una vez más Bernardo bajo la cabeza y siguió el camino para buscar ayuda. Los espinos les provocaban mucho dolor.

Mientras todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo a Bernardo y viendo todo lo que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono que se llamaba Justino, dio un gran salto y se paró enfrente a Bernardo. Y le dijo:
- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes reglas de la vida.
Y le contestó Bernardo, llorando:
- Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar los espinos.
Y le dijo el mono:
- Bien, las reglas son estas:
La primera es que no lastimarás a los demás porque no quieres que te lastimes.
La segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo necesites.
Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas a Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a rajatabla, las reglas que había aprendido.

FIN

(Este cuento nos fue enviado por Javier Moreno Tapia, México

Este cuento está basado en una historia real. La de una perrita llamada Shiva

Me llamo Shiva, soy una perrita color canela. Soy muy inteligente porque voy a la escuela.
Cuando era muy chiquita me separaron de mi mamá. Estaba muy enferma y no me podía cuidar. Sola anduve por la calle, entre la gente y nadie me podía ayudar. Pasé frío, hambre, sueño y miedo en tanto andar. Un día de mucha lluvia torrencial, me escondí del mundo, y mis ojos lloraron entre los truenos y sólo le pedía a la vida una familia que cuidara de mí y me quisiera tanto como yo las querría si la tuviera conmigo. Tiritaba de frío y me puse enferma. Empecé a perder mi pelo y me picaba todo el cuerpo.

Al salir de mi cobijo la gente me miraba y salía huyendo. Pude ver mi imagen en un escaparate y la verdad daba miedo: flaca por el hambre, sucia, mojada y con poco pelo.

Esta historia que parece triste no lo es, porque después de tanto vagar, sufrir y llorar, con una familia dulce me crucé, y ellos en mis padres se convirtieron, a pesar de no ser perritos como yo.
En la actualidad soy una perra mimada, de pelo sedoso y con una cola como un plumero llena de pelos. Soy tan feliz como una perdiz al ser un integrante de esta familia de humanos, tanto que a veces hasta me olvido de ladrar, pero no me importa porque con caricias y besos me sé comunicar.
He viajado mucho, cruzado el océano en avión, he ido a la montaña, perseguido patitos en el lago para jugar, palomas en la plaza para asustar, he corrido en valles entre ovejas, he ido a la playa y nadado con las olas en el mar. Mi momento preferido es salir a pasear al parque y revolcarme en el césped.

He conocido mucha gente, he hecho amigos perritos en cada sitio que hemos visitado y nunca me faltó cobijo, mimos, un techo calentito, comida, risas, juegos, amor y seguridad.
No importa cuan duro haya sido un momento de mi vida, lo importante es que hoy conozco la felicidad, la vida me supo escuchar y una familia me regaló y yo como no soy tonta lo supe valorar, y con alegría disfrutar.
FIN

(Este cuento es de autoría de Florencia Moragas, argentina residente en España).

El perro del establo. Cuentos infantiles

En un establo cerca de un gran pastizal vivían 30 vanidosas vacas y un pastor alemán. Todos los días las vacas muy seguras de que eran muy importantes para su dueño mecían sus colas mirándose largos ratos unas a otras antes de hacer caso al perro que animado daba de brincos para llevarlas a pastar.
Luego, sin mucha prisa, salían calmadas como haciendo favores, y pasito a paso iban a comer. El perro brincaba mostrando el camino, corriendo, ladrando, y diciendo a las vacas por donde llegar al gran pastizal. "Por aquí señoras! Por aquí!" . " Vamos, apúrense que ya es hora de llegar", ladraba el perrito, "Señoras en fila para cruzar el riachuelo". Las vacas miraban al perro con ojos de burla "Nosotras somos importantes, somos las vacas, damos leche a nuestro amo así que nosotras marcamos el paso, no este perro tonto que esta hecho de saltos, carreras y no da nada al amo".

Todos los días era lo mismo, las vacas miraban al perro desde lo alto, mientras el perro trataba de ordenarlas a su paso entre carreras, ladridos y animados saltos. Una noche, al llegar al establo, el perro agotado se echó al costado y escucho a las vacas burlarse de su trabajo, "Ese perro inútil cree que nos lleva y no sabe que nosotras lo llevamos hasta nuestro pasto ja, ja, ja ". Se reían haciendo escándalo "Quien necesita a ese perro flaco?" Esa noche, el perro se durmió llorando.

Al amanecer el perro decidió no seguir pastando a aquellas vacas vanidosas y se fue en busca de otros animales más agradecidos que reconocieran su trabajo. Cuando fue la hora de salir al pasto las vacas meneaban sus rabos esperando que llegara el perro flaco brincando y ladrando para salir de nuevo al campo, pero no escucharon ladridos ni vieron saltos. Solo se escuchaba al amo llamando "¡Tarzán!, ¡Tarzán!!! Donde estas?" Pasó la mañana y sus grandes estómagos comenzaron a rugir. Las vacas esperaban ya poder salir, pero vieron luego que el amo molesto sólo les traía heno. "Y que ha pasado de nuestro paseo?", decían las vacas mientras comían rumiando, "Es que el perro inútil se olvidó de nosotras que somos importantes, por seguir durmiendo?" y así las vacas pasaron el día burlándose, riéndose y criticando al perro.

Al día siguiente por no salir al campo las vacas vanidosas se estaban aburriendo, pero una vez más no escucharon los ladridos del inútil perro, solo vieron al amo trayéndoles heno, "Creo que hoy tampoco al campo saldremos", " Si creo que esos ricos pastos ya deben estar creciendo y nosotras aquí acaloradas nos quedaremos", decían las vacas mientras rumian su heno. En lo que quedaba de día, las vacas siguieron discutiendo, por quien tenía la culpa de la huída del perro "Es que fue tu culpa por no apurarte", "No, fue la tuya por no formar fila" " No, fue tuya por mojarte en el arroyuelo cuando veníamos de regreso" … Se culpaban unas a otras sin encontrar al responsable.

Pasó un día más y las vacas ya cansadas se resignaron a su encierro. A no salir al campo y a mugir su aburrimiento, cuando de pronto una de las vacas dijo con gran suspiro: "Extraño al perro", "Sí, yo extraño sus ladridos", " y yo sus saltos de contento", "y yo extraño el que nos pasee dando ordenes como de sargento", ".ah pero era bueno el perro, nos sacaba temprano sin importarle el frío, calor o la lluvia de invierno", " Sí, siempre pensó en nosotras y en nuestro alimento, en conseguirnos pasto y del más tierno". Y en ese tercer día las vacas entristecieron y no dieron leche pues de tristeza casi no comieron.

El jilguero del roble que crecía al costado del establo oyó los lamentos de las vacas tristes y fue a buscar al perro. Voló todo el día buscando y buscando y al final de la tarde encontró al perro, echado al costado de un hormiguero con el hocico picado y con cara triste. "Al fin te encuentro perro. Te he estado buscando por todo el campo" dijo el jilguero "¿Para que me buscabas? Preguntó el perro", "Para que vuelvas al establo" respondió el jilguero. "Allí no me necesitan!", respondió el perro. "Esas vacas vanidosas no me quieren ni respetan, y yo no quiero eso, por eso me fui a buscar otros rebaños. Fui donde las abejas, me picaron, y ni caso me hicieron, siguieron volando a las flores que quisieron; fui donde los patos traté de dirigirlos en el agua pero nadar es demasiado cansado para un perro; fui luego donde unos gusanos que encontré en un árbol, pero caminaban muy lento, y por más que yo ladrara, al día siguiente eran mariposas, salieron, volaron, y se fueron muy lejos. Ahora estoy aquí tratando de decirles a estas hormigas donde ir, pero pasaron sin mirarme, les ladre, les brinqué y solo esquivaron mi pata y siguieron adelante".
"Por eso debes regresar" dijo el jilguero, "las vacas están tristes, ya ni leche pueden dar desde que te fuiste", "ayer las escuché decir que te extrañaban y que si tu regresabas nunca más de ti se burlarían", "Eso dijeron?" se alegró el perro, y partió rumbo al establo, ladró y brincó, sin dejar de mover el rabo.

A la mañana siguiente las vacas escucharon los ladridos sonoros, se arreglaron temprano para salir al pasto, y el perro contento las llevó ladrando diciendo "Señoras, buen día, nos vamos al campo", se hicieron amigos y nunca más pelearon. Y el jilguero tranquilo pudo dormir sin burlas, sin culpas ni quejas en el roble al costado del establo.

(Cuento enviado por Patricia Gallegos Tejada - Perú

El bebé elefante

Soy el oso hormiguero, y les voy a contar una historia única. Si les digo que en el zoológico había una excitación y un revuelo poco común, no les miento... a pesar de mi larga nariz.

Nacía el primer día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles, transformándolas en mullidos ríos dorados.
El sol asomaba, todavía con un poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria tarea de iluminar la vida.
Y hablando de vida y de iluminar... todos los animales estábamos esperando al nuevo integrante de la familia de los paquidermos.
Justamente HOY era el día de llegada del nuevo pequeñín.
La gente hacía cola para ver al bebé recién nacido. En la entrada del zoológico había largas filas de chicos para votar el nombre que le pondríamos.
Mi jaula, que estaba justo frente al terreno de los elefantes, me permitía observar todo lo que allí ocurría, casi sin perder detalle.

Pasó el tiempo, y Júnior, así lo habíamos llamado al bebé que hoy ya tiene 5 años, veía que era un tanto diferente de sus padres. La trompa no le crecía, su boca era enorme y llena de dientes, arrastraba la panza al caminar y tenía una larga y robusta cola.
- Mamá -, decía el pequeño, - me da la sensación que no me parezco demasiado a ustedes... que soy muy diferente. -

Dos días transcurrieron con la inquietante pregunta de Júnior, hasta que una tarde, cuando la gente ya se había marchado, los orgullosos papás elefantes se sentaron a charlar con su pequeño hijo.
Entonces le explicaron que como mamá no podía tener elefantitos en su panza, habían decidido adoptar un bebé... y tuvieron la suerte de tenerlo a él. Que es un tanto diferente, es cierto... después de todo había salido de la panza de una "cocodrila". Pero a quién podía importarle si tenía orejas grandes o casi invisibles...?
Después de todo y con todo, un hijo es un hijo tal como es, y se lo conoce por el corazón y no por el color o la forma.

"El amor es el único capaz de decidir quién es hijo de quién."

El elefantito con aspecto de cocodrilo, se quedó pensando un buen rato. Luego, miró a sus padres y les dijo:
- Mami, papi,... ahora sí que los quiero mucho más que antes.-
Desde mi jaula, pude entonces ver un nuevo milagro. Mientras Júnior dormía, comenzó a crecerle una pequeña y hermosa trompita. Y que a nadie le quepa duda, que esta transformación era debido al fuerte sentimiento de amor que unía a esta gran familia.

Ustedes se preguntarán como es que yo sé tanto de esto... Bueno, les diré que la familia de este oso hormiguero que les habla, está formada por un papá oso gris y una mamá panda.

El sol comenzó a esconderse dejando que la luna se refleje en el lago de los flamencos rosados... el silencio absorbió el bullicio de la multitud, y el otoño siguió su camino hacia el no tan frío invierno del Jardín zoológico.

FIN

La vaca soñadora

Había una vez en un campo de Santa Fe, una vaca soñadora, que no veía las horas, para que pase el tren. Será talvez, por su aire de grandeza, es que movía su cabeza, para verlo pasar. Todos los días la misma historia, para ella seria la gloria, si algún día podría viajar. Conocer Buenos Aires, los teatros y las revistas. Y conseguir alguna entrevista con algún galán de novela, ese hombre que tanto la desvela y lo ve solo por la tele. Ella no lo podía fingir tanto nervio que sentía, su televisión.

Como soñar no cuesta nada, todas las noches le pedía a su hada, que se hiciera realidad. Por esas cosas del destino o a lo mejor fue respuesta a sus pedidos, es que el tren un día paró, por desperfecto de la maquina y frente al campo se quedó. La vaca soñadora no lo podía creer y le pidió con tanta fe a su santo San Roque, ¡Por favor que hoy me toque! y le inviten a subir. El corazón le latía, mientras se despedía de las demás. Y así partió la vaca rumbo a la gran ciudad, sentada en soledad por la ventanilla saludaba, a sus amigas le tiraba besitos de despedida, prometiéndoles regresar. Mucho tiempo pasó, nadie supo mas de ella, quizás ya sea una estrella, que triunfa en Buenos Aires y de nosotras se olvidó.

Pero un día el tren paró, en el campo de Santa Fe, y no podían creer cuando ella se bajó. Estaba distinta, estaba delgada y de las piernas le colgaba unas cadenas importantes y aunque no era como antes, sus amigas la querían igual y con gran algarabía la salieron a encontrar. Ya hablaba distinto, hablaba aporteñada, decía que añoraba a sus amigas de la infancia y con tantas ansias volvió a su campo natal. Contaba con lagrimas en los ojos que no pudo cumplir sus sueños ni antojos y que por caminar en una avenida estuvo presa en Buenos Aires. ¡Esto sí que es vida! ¡Esto es tranquilidad! Aquí en mi campo puedo caminar, aunque arrastrando mis cadenas. No será Buenos Aires, pero sí, es un Aire Distinto, si se vive en libertad.
FIN

El Dragón y Rasputín

En lo alto de una colina, en un lejano país, se alzaba un hermoso castillo al que nadie quería ir. Miedo no sino ¡PAVOR! Sentían sus habitantes cuando miraban allí, y oían aullidos y lamentos que no les dejaban dormir.

Cierto día, Rasputín, un muchacho espabilado, curioso, y un tanto osado, quiso probar a subir al castillo. Caminó colina arriba y conforme me iba acercando,… cierto miedo sí sentía, pero nada que no se esfumara silbando y canturreando. Al encontrarse ya arriba, admirando tan bello lugar, en su infantil cabecita pensaba: "¿Qué mal me puedo encontrar?"
Llamó despacito a la puerta pues no quería molestar. Y al no obtener contestación entró sin contemplación. Recorrió largos pasillos, atravesó una gran sala, y allí, acurrucado en un sillón chiquitito se escondía ¡Un pequeño dragoncito!

Rasputín se quedó helado. Entonces de eso se trataba. Era aquella criatura quien se lamentaba y lloraba. - ¿Qué te pasa dragoncito? ¿Tienes hambre? ¿Tienes frío? - Tengo miedo de estar sólo, contestó el dragoncito muy apenado. Y continuó Rasputín: - ¿Y por qué no sales al mundo? Este es un bello país. Sí vivieras con nosotros te sentirías feliz. Y contestó el desolado dragoncito, gimiendo: - Porque yo asusto a la gente. Soy feo, peludo y gris.

Rasputín lo agarró despacio, le acarició, y le dijo: - Ni una palabra más. Vendrás conmigo y verás que al conocerte todo el mundo te querrá. Y en efecto así fue que el dragón creció feliz, en aquel bello país.
FIN
(Este cuento nos fue enviado por Rosa Herrera - España

Mariposita Caprichosa. Cuentos infantiles

La Mariposita tenía un lindo color amarillo. Un día, mientras volaba entre las flores vio una mariposa azul; regresó donde estaba su mamá y le dijo: Mami, mami, vi una mariposa azul. ¿Y qué? preguntó mamá mariposa. "Que yo quiero ser azul", dijo Mariposita. La mamá pintó las alas de su hijita de un lindo color azul, que enseguida salió a lucir al jardín.

Ah! Pero entonces vio una mariposa color naranja, y la historia se repitió. Mariposita quiso tener alas de color naranja; la mamá la complació de nuevo, pintando sus alas de color naranja.

Al otro día temprano, mariposita voló y voló, luciendo nuevo color en sus alas. Y de esta vez más allá del jardín. Y se encontró con un grupo de mariposas blancas. De inmediato voló a casa. "Mami, mami. Ya no quiero este color, quiero ser blanca, como unas mariposas que vi hoy", rogó la mariposita. Y la mamá, de inmediato, lavó las alas de la pequeña y las pintó de un blanco reluciente.

Pero sucedió que mariposita estaba tan oronda con su nuevo color, que no se dio cuenta de que llegaba una fuerte lluvia. Se refugió en un árbol, porque las mariposas nunca dejan que la lluvia las moje. Pero el viento era muy fuerte, y la pequeña mariposita no pudo evitar que le cayeran unas cuantas gotas desprendidas de las hojas del árbol.

¿Saben lo que pasó entonces? Que las alas de mariposita empezaron a desteñirse, a tomar todos los colores que su mamá le había pintado, aunque no aparecía su lindo color amarillo.
Cuando regresó a su casa, mariposita estaba muy fea. Su mamá casi no la conoció. "Ves, hijita. Esto te ha pasado por caprichosa. Debiste estar feliz, contenta con tu color y no andar queriendo parecerte a otras mariposas." La pobre mariposita lloró un montón. Estaba arrepentida. Creyó que nunca volvería a lucir el lindo color amarillo de sus alas.
La mamá la dejó llorar, hasta que fue a ayudarla, le limpió las alas hasta que se vió aquel amarillo que parecía oro. Desde entonces, mariposita no volvió a tener caprichos tan tontos, y aprendió a quererse a ella misma, fuera como fuera.
FIN

La cigueña María. Cuentos infantiles

Era una vez una joven pero valiente cigüeña que pese a su juventud se aventuró a emprender un largo viaje y cumplir con su primera tarea, llevar a una preciosa niña a los brazos de su mamá.
Preparó todo para tan atrevida aventura, y una mañana empezó un largo camino desde los cálidos vientos del sur hacia los fríos de las estepas rusas. Vivió toda clase de aventuras, le sorprendieron tormentas, nieves, e incluso un feroz ataque de una águila que confundida, no llegó a comprender la hermosa labor que había comenzado la joven cigüeña.

Pese a todo, y ya malherida y tiritando de frío, vio las heladas aguas del río Volga, y en vertiginoso descenso, puso a la niña en el dulce regazo de un moisés que pese a su humildad, sería un cálido lugar donde mecerla y dejarla a los cuidados de su mamá. Tras un breve descanso, y sintiéndose en una tierra extraña, emprendió el largo viaje de vuelta hacia su hogar, una antigua torre donde en un hermoso nido le esperaba su familia, la que se sentiría orgullosa de a pesas de su tierna juventud, haber terminado con éxito la bella labor para que las cigüeñas habían sido creadas. Así, repetidamente, cumpliría con otros viajes a alejadas partes del mundo donde madres y padres esperaban la deseada llegada de sus bebés.

Se sentía orgullosa con la tarea que la naturaleza le había concedido, aunque con tristeza escuchaba a veces las viejas historias que cigüeñas más experimentadas contaban de bebés que no siempre eran felices en los lugares donde con tanta ilusión los habían dejado. En la pequeña aldea de la estepa, y en su camita de madera se encontraba nuestra hermosa Tania. Ya había mucho tiempo que nuestra amiga la cigüeña María la trajo, pero sus ojos estaban tristes y, junto al frío, empezó a darse cuenta que no tenía una buena mamá.

Pasaron varios años y su vida no cambiaba. Estaba abandonada la mayoría de los días y apenas su vieja vecina Ivana, por lástima, le daba algún cariño y mimo, así como la poca comida que alimentaba su frágil cuerpecito. Un día, creyendo que en un vaso había leche, se lo tomó, pero el vaso contenía pintura, y el pequeño cuerpo de Tania se enfermó. Por suerte se curó. Y para que no estuviera más solita, la llevaron a un orfanato donde la cuidarían junto a otros niños y niñas que no tenían a sus papás y mamás. Allí tuvo a sus primeros amigos, y empezó a veces a reír, pero ella lo que quería era tener un papá y una mamá.
Cuando cumplió cuatro años, una familia que deseaba tener una hija vino a verla. Después de jugar con ellos los besó y, por primera vez, sus pequeños y sonrosados labios dijeron las bellas palabras papi y mami.

Un día salió radiante del orfanato y después de un largo viaje, igual como el que en su día hizo la cigüeña María, fue feliz en una hermosa casa, llena de muñecos, juguetes, y del amor de su papá y mamá. La sonrisa de su carita y la alegría de sus ojitos expresaban a todos su felicidad. Ya no sintió más frío, y el sol del sur la acariciaba, las flores reían de felicidad a su paso, y todos los animalitos del parque cantaban canciones de amor y felicidad. Tania ya no lloraría más de soledad.

Un día ocurrió algo maravilloso. Paseaba Tania con sus padres por el bosque y encontró a la ya vieja cigüeña María. La llamó y le dijo que la llevara otra vez en sus alas y, como ya conoce a sus papás, a ver si podría ponerla dentro del vientre de su madre, que lo acariciara su papá, y así ella sería de nuevo un bebé, tendría la dulce leche del pecho de su padre, crecería, y viviría en el mundo de felicidad que a todos los niños les corresponden. La cigüeña María, sorprendida, la escuchó atentamente. Y después de pensar un momento le dijo: “mira Tania, Dios escribió tu destino, lo que será tu vida, y para eso se valió de una apasionada y joven cigüeña, de un largo y alocado viaje, de una mamá y papá que desde la distancia te buscaban, y así en su infinito amor. Levantó con mimbres de caricias y perfumes de rosa tu hogar, para siempre, y Dios se siente feliz solamente conque por las noches les dé las gracias por la vida y un minuto del día te acuerdes de su eterno amor.
FIN

La Mujer de los Bolsillos. Cuentos infantiles para tu hijo pequeño

Aquella noche Raquel no quería dormir, no tenía nada de sueño y se pasó toda la noche llamando a su madre: ¡Mama, traeme agua! ¡Mama tengo pis! ¡Mama no puedo dormir! -¡Raquel, haz el favor de dormir que mañana no te podrás levantar! ¡Mira que si no te callas vendrá la mujer de los bolsillos
! - ¿La mujer de los bolsillos? ¿ quién és esa mujer?
- Preguntó Raquel asustada.
- La mujer de los bolsillos ha existido desde que yo era pequeña. Dicen que se pasea por las calles, y cuando oye a un niño llorar, gritar o protestar, se sube a las ventanas de las casas y se lo lleva dentro de uno de sus bolsillos.
- ¿Y dónde vive la mujer de los bolsillos?
- Creo que fué Jaime el policía el primero en ver su escondite. Una casa en ruinas justo en medio del bosque de la Luna Pálida. Allí vive con diez gatos pelones, tres perros pulgosos, cinco gallinas desplumadas, una rana i una lagartija.
- Mama... ¿ Y cómo es la mujer de los bolsillos?
- Yo no la he visto nunca, pero dicen que es una mujer muy súcia, tiene el cabello colorado, largo y enredado, los ojos pequeños, la nariz larga, la cara llena de granos y le faltan la mitad de los dientes.
- ¿Y porqué odia tanto a los niños?
- Siempre ha sido muy antipática. Nunca le han gustado las criaturas. Desde que era pequeña, cuando iba a la escuela, todos se reían de su abrigo lleno de bolsillos. Era una niña solitária que sólo hablaba con los animales, y eso la comvirtió en lo que ahora és: una bruja.
"Mañana iré al bosque de la Luna Pálida a ver si todo lo que me ha dicho mama es verdad" - Pensó Raquel mientras su madre le daba un beso de buenas noches.
Se lo diría a David, seguro que el le acompañaría.

Y así fue al día siguiente los dos caminaros y caminaros por el bosque hasta que por fin, entre los árboles encontraron la casa. Pero la casa ni estaba en ruinas ni era tenebrosa. En la puerta había una mujer con un gatito en brazos, pero ni era fea y no parecía antipática. Hasta tenía cara de buena persona. Raquel y David se acercaron a la mujer despacio y asustados, pero enseguida se dieron cuenta de que no era peligrosa.
- Bienvenidos a mi casa
.- Dijo la mujer con una gran sonrisa.
" No le falta ningún diente" - Pensó Raquel.
- ¿E...e... eres la mujer de los bolsillos?- Preguntó David balbuceando.
La mujer dijo que sí con la cabeza. - Pero si tienes una casa muy bonita, y no pareces una bruja.- Aseguró Raquel
.- ¿ Por qué todo el mundo te tiene miedo?
- ¿ Y te pones a los niños en los bolsillos?
La mujer empezó a reirse sin parar, y les enseñó lo que llevaba dentro de los bolsillos: solo eran caramelos de todos los gustos, piruletas, chocolatinas, regaliz, bombones, todas las golosinas que os podáis imaginar. Que equivocada que estaba su madre. María, que así se llamaba , era la mujer más dulce que nunca había conocido.
Raquel tenía que resolver aquella injusticia, María merecía ser conócida por todos en el pueblo, adultos incluidos, así nunca más asustarían a los niños con su persona.

Lo primero que se le ocurrió fué reunir a todos los niños y niñas en la plaza mayor para que la conocíeran. María repartió caramelos y sonrisas a todos aquellos que se le acercaban, pequeños y grandes. Y a partir de aquel día, la mujer de los bolsillos fue querida por todos, y ya nádie le tuvo miedo.
FIN

Mariposa Bella

Cuenta la historia que en un día de primavera todos los animalitos del bosque se preparaban para una gran fiesta.

Todos estaban invitados y querían ponerse muy lindos; pero Bella la mariposa se creía muy superior a sus amiguitos. Decía que no iba a ir al baile porque no tendría alguien con quien estar y que estuviera a su altura, o que fuera tan hermosa como ella, y tan inteligente.

Todos los animalitos se prepararon, con adornos de flores, ramitas, sombreritos y muchos colores. Tanta dedicación se debía a que en el baile encontrarían pareja para formar sus hogares y familias.

Bella, la mariposa, decía que no se iba a poner nada porque ya era muy linda.
Cuando llegó el momento todos fueron al baile y Bella para no quedarse sola también se fue.

El gran salón estaba decorado con hermosas luces, guirnaldas y un gran espejo que era el centro de la fiesta. Todos bailaban contentos y se divertían. Bella encontró a un ser precioso pero que no hablaba, no pensaba, solo sonreía si ella lo hacía, y le saludaba cuando ella también lo hacía.

Los animalitos comenzaron a reírse de Bella, pero ella no les hizo caso y siguió encantada con esa persona fascinante.

Fueron pasando las horas y todos encontraron pareja y se iban a sus casas muy contentos.
Y cuando ya no había nadie en el salón, Bella desesperada se dio cuenta de que el ser fascinante que había estado con ella toda la noche, era su propio reflejo en el gran espejo del salón.

Bella llorando se dio cuenta que había estado toda la noche con un ser frío y sin vida, que era muy hermoso pero que no le podía brindar nada, y ya se había quedado sola.

¡NO SEAS COMO LA MARIPOSA BELLA, QUE POR TANTO QUERERSE SE QUEDÓ SOLO CON ELLA! MAS VALE MIRA A TU ALREDEDOR Y DISFRUTA DE TODO CON MUCHA PASIÓN.
FIN

El deseo de Jalid. Nuevo cuento infantil

Esta es la historia de un niño que sabía que no era una persona adulta. A la infancia no se le han reconocido sus derechos hasta el siglo pasado, tampoco a los niños y las niñas se les han tratado como a tales sino como a "personas adultas en miniatura sin derecho a ser escuchadas.

Me llamo Jalid. Nací en Toledo en el año 1436. La llaman "la Ciudad de las Tres Culturas" porque viven judíos, castellanos y árabes. A mí eso me gusta mucho porque puedes estar horas y horas viendo a gente pasar con ropas diferentes; transportando comidas diferentes; hablando lenguajes diferentes. Nadie choca con nadie y si se cruzan sus caminos, se regalan sonrisas que valen más que mil palabras. Yo soy bastante feliz, no puedo quejarme por la vida que tengo.
Desde la ventana de mi cuarto se ve el puente de Alcántara; en la mesa de mi casa siempre hay cous cous; hasta he aprendido a leer y escribir. Pero a veces pasan cosas que no entiendo y que me gustarían que cambiasen. En una ciudad como Toledo lo veo menos, pero en cuanto sales de Toledo por la Puerta del Sol...

Mi padre es alfarero. Vende sus vasijas, platos y otros cacharros por los pueblos de la Mancha. Yo le acompaño y le ayudo. A veces mientras vamos por los caminos, me siento en la parte de atrás del carro y miro. Miro a la gente que pasa y veo todo lo que pasa. Veo a personas de mi edad caminando con los pies desnudos, cargando sacos más grandes que ellas. Veo a mujeres muy jóvenes llevando un recién nacido en sus brazos. Veo a mucha gente trabajar en los campos de sol a sol. No se quejan, nadie se queja. Cuando llegamos al mercado veo a hombres y mujeres comprando acompañados por sus hijas e hijos. Se nota que los quieren, pero me llama la atención que ni las niñas ni los niños eligen las frutas, pero sí cargan con la compra, pero sí limpian a los animales, pero no me miran a los ojos. Tampoco me hablan y no puedo adivinar lo que piensan.

Al caer la tarde, cuando se termina el mercado, regresamos a casa y sino esperamos en el pueblo a que llegue el día siguiente. A mí me gusta quedarme en los pueblos porque así puedo descubrir cosas maravillosas en las mercancías de los demás vendedores, en las calles e incluso puedo conocer a gente nueva. Y es que el mayor tesoro que he descubierto es la amistad con otros niños y niñas que como yo viajan, ven y además, hablan. Podemos pasarnos toda la noche contándonos cosas que escapan al ojo de las personas adultas y es que los niños y niñas somos como los gatos en la noche. Lo vemos todo.

Una noche de luna llena, alguien dijo - Y eso qué cuentas, ¿lo has hablado con tu padre? - Se hizo el silencio y todos nos dimos cuenta de que no hablábamos con las personas adultas. Nunca nos habíamos planteado que existía la posibilidad de que nos escuchasen.
Hoy cumplo nueve años. Mientras vamos en el carro camino de casa, pienso en el recibimiento que me harán. Sé que mi madre habrá preparado mi comida favorita; que mi abuelo m habrá construido un juguete; que mi hermana mayor me contará mi relato preferido. Lo que no sé es si mi padre me hará el regalo que más deseo.

- Papá, me gustaría contarte una cosa.
- Habla Jalid, te escucho.
Lo ha hecho. Mi padre, sin saber que es el mejor regalo que me puede hacer, me ha regalado su escucha. Gracias papá por tratarme como a un niño con voz.
FIN

Lito, el sapo vanidoso

En la transparencia de una profunda y tibia laguna, donde se escuchaba la hermosa melodía del vaivén de las aguas, el cantar del viento y el ritmo del caminar de los animales, se encontraba un sapito muy alegre y coquetón, saltando de roca en roca entonando una canción, era Lito el sapito juguetón.

Cada día al levantarse, se daba un chapuzón y se posaba en una roca cantando una canción. Soy un sapito Tan lindo y juguetón Que nadie me iguala Cantando una canción ¡Que hermoso día!, ¿A quien conquistaré hoy? Nadie se resiste a mi belleza, ni a mi inteligencia, soy un sapo tan fino que todo puede, y no necesita a nadie, pero todos necesitan de mi, ¡soy lo máximo!.

El sapito se colocó el sombrero rojo en la áspera cabeza y un perfumado clavel, y mirándose en la transparente laguna, exclamó: ¡Que guapo y hermoso soy! Que aroma exhalo hoy, todos me aclamarán y me aplaudirán, cuando me vean pasar.

Lito inició su caminata por el campo y se encontró con una mariposa de bellos colores, a quien miro con indiferencia. Nina la mariposa lo observaba sonriendo. -¡Hola Lito! Que guapo y perfumado vienes.
-Así soy yo, respondió el sapo sin mirarla.
Nina, muy coqueta, preguntó:
-¿Te gusta mi nuevo color y el brillo que tengo en mis alas? Lo adquirí con ayuda de las flores, del viento y del sol.
-Yo soy hermoso sin ayuda de nadie - respondió el sapo.
La mariposa muy triste y enojada se alejo.

Un gusano que lo miraba con temor le gritó:
-¡Lito, que bien hueles hoy!
-Así soy yo, sin ayuda de nadie -respondió.
El tembloroso gusanito que se escondía entre las hojas, sonrió y se cubrió.
Mientras tanto, el sapo muy altivo de un salto aplastó a una indefensa flor.
-¡Ay! -dijo la rosa-, ten cuidado señor sapo que me has hecho daño al darme un pisotón. Cómo con tan grandes ojos eres cegatón.
El sapo enfadado respondió: Ciego no soy, no me gusta que nadie se cruce en mi camino, favores no doy, todos necesitan de mi y yo no necesito de nadie.
-Que suerte tienes - dijo la rosa-. Yo para tener mi color necesito de la tierra, el agua, el sol, y el perfume me lo dió Dios.
Y el sapo indiferente al dolor y lágrimas de la rosa, se fue saltando de flor en flor, sin darse cuenta que una noria estaba abierta y al fondo cayó.
-¡Auxilio! ¡Socorro! Ayudenme, un sapo como yo no debe morir.

La mariposa que lo escuchaba, se acercó y preguntó
-¿Quien anda allí?
El sapo, gritando, dijo:
-Soy yo, Lito, sácame de esta profundidad.
-Tú lo puedes todo, salta y salta y a la cima llegarás - le respondió la mariposa en tono burlón.

La rosa que estaba escuchando le dijo.
-Salta Lito, salta, que de salto en salto a la superficie llegarás, tú lo puedes todo y no necesitas de nadie, de lo contrario yo te ayudaría.
El sapo llorando su vanidad y viéndose perdido, gritó con mucho esfuerzo. -¡Ayúdenme, por favor! El gusano asomó su cabeza y moviendo su flácido y débil cuerpo gritó:
-¡Lito, salta, salta que a la cima llegarás, tú lo puedes todo, no necesitas de nadie, demuéstralo! Como el sapo, apenado y avergonzado, decía ya en voz baja: -¡Ayúdenme, por favor! Todos al mismo tiempo respondieron.
- Salta, salta que a la cima llegarás, tú no necesitas de nadie, ja, ja, ja -y todos se reían del frustrado Lito.

El sapo hizo nuevamente el intento de saltar, pero todo fue inútil porque el pozo era tan profundo que por más que saltaba no llegaba al borde. Nina la mariposa, el gusanito y la rosa, al escuchar los gemidos del derrotado sapo, se compadecieron y lo ayudaron a salir. Soy un sapito Tan lindo y juguetón Que aprendió una lección.
FIN

(Este cuento nos fue enviado por Azucena Chena - España

Me gusta como soy

Había una vez, un chico que tenía el pelo color blanco, pero blanco-blanquísimo, como la nieve, como la crema, como el algodón. Nació un día de sol brillante. Los papás estaban tan contentos que no dejaban de sonreír, y a todos les comentaban emocionados, lo hermoso que era su bebé.
Cuando salieron del sanatorio, los rayos de sol iluminaron la cabeza de Ezequiel, y la mamá le dijo al papá - Mirá, parece un angelito - Sí, es el bebé más lindo, del mundo- contestó radiante, el papá. Así creció Ezequiel, contento, querido y orgulloso de su pelo blanco, blanquísimo.

Vivió en el campo hasta que tuvo 5 años, allí se crío jugando con los animales, alimentando a las gallinas y sus pollitos, hasta aprendió a andar en un caballito, que el papá le regaló, especialmente para él, al que le puso de nombre Petiso, y se convirtió en su mejor amigo. Una noche llena de estrellas, Ezequiel escuchó que los papás conversaban en la galería de la entrada de su casa. Se acercó despacito porque los notó preocupados, al verlo los papas le dijeron que era muy tarde y debía ir a dormir. Ezequiel queda tan intrigado, que se escondió detrás de la puerta para escuchar. !!! Que sorpresa se llevo ¡!!!!. Los papas estaban hablando de mudarse, ¿ mudarse? ¡SÍ! Ir a vivir a otra casa, nada más ni nada menos que a la ciudad, y todo el asunto era porque Ezequiel tenía que empezar a ir a la escuela, y por allí donde vivían no había ninguna cerca. ¡QUE ALEGRÍA ¡ conocer la ciudad tener nuevos amigos, eso si que parecía divertido. Así fue que juntaron sus cosas y se mudaron a una linda casita en la ciudad que quedaba muy cerquita de una hermosa escuela con sus paredes pintadas con dibujos que habían hecho los chicos junto con las maestras.

Ezequiel estaba tan entusiasmado, que no podía quedarse quieto. Fue con su mamá a comprar el guardapolvo y los útiles escolares, él eligió todos con la marca de su cuadro favorito. Esa noche casi no pudo dormir, de tan entusiasmado que estaba. Entonces llego el día tan esperado, ¡el primer día de clases!. Ezequiel se levanto muy temprano, contento y nervioso. Se lavo la cara, los dientes y se peinó su blanco-blanquísimo pelo blanco. Ese pelo que era su marca especial en la vida, ese pelo que su mamá acariciaba todas las noches antes de que se duerma, su hermoso pelo de nieve, como le decía su papá. Llegó a la escuela junto con sus papás, lo besaron en la entrada, y Ezequiel con paso decidido se acercó al patio a la fila de primer grado. Allí se empezó a sentir raro, todos los chicos lo miraban, no solo los de su grado, de todas las filas los grandes, los chicos, y Ezequiel no entendía porque, quería que lo tragara la tierra. De pronto un chico se acercó y le dijo - Che, porque tienes el pelo así?- Ezequiel, no contestó, no sabía que decir, se preguntaba -¿así cómo, lindo como la nieve?.- Ante su silencio todos lo miraron, algunos empezaron a reírse y otros a cargarlo, le gritaban: - cabeza de crema, cabeza de papel, cabeza de azúcar!! Ezequiel miró a su alrededor y de pronto, con espanto descubrió que, no había ningún chico con el pelo blanco-blanquísimo como el suyo y parecía que esto les molestaba a los chicos de la escuela. Lloro en silencio, como para adentro, ya no le gustaba la escuela, se sentía triste y quería volver a casa.
La seño los saludo uno a uno con un beso y los llevó hasta el aula de primer grado. El aula era lindísima, estaba decorada con los nombres de todos los chicos, con dibujos, letras y números. Pero Ezequiel estaba tan triste que no podía ver lo linda que era su aula, solo quería llorar y salir corriendo. Se sentó solo, nadie quiso sentarse con él, porque todos pensaron que su color de pelo lo hacía un chico raro.

María Luz, la seño, les dijo que iba a tomar lista, que a medida que los nombrara fueran parándose al lado de su silla. María Luz comenzó - que se paren los altos- los chicos desorientados se miraron – vamos, dijo la seño, párense los altos- Los chicos se pararon. La seño siguió diciendo, ahora los petisos, los de pelo color rojo, los que usan anteojos, los que no usan anteojos, los morochos, los pálidos, los que tengan aparatos, los de pelo blanco, los de pelo marrón, los que tengan dientes chiquitos, los de dientes grandes, los que se portan bien, los que se portan mal, los simpáticos, los tímidos, los charlatanes, los calladitos y así siguió con una lista interminable.

Los chicos no hacían más que pararse, sentarse y volverse a parar, porque todos, todos, todos, se sentían nombrados varias veces. Algunos eran bajitos, charlatanes, de pelo amarillo y a veces se portaban mal. Otros eran calladitos, altos, de dientes chiquitos y simpáticos. Todos tuvieron que levantarse tantas veces que quedaron agotados. Pero faltaba lo último. María Luz dijo – ahora que se paren, los que quieran divertirse, los que quieran aprender, los que quieran hacerse amigos, los que quieran jugar, los que quieran reírse- Se imaginan lo que pasó, ¡SIII! Se levantaron todos juntos, gritando yo, yo, yo, yo, seño. Entonces, María Luz dijo.- No importa las diferencias que tengamos, miremos que tenemos en común para así poder respertarnos y pasarla bien todos juntos. Ezequiel, había dejado de llorar. Otra vez se sentía contento y con ganas de estar en la escuela. De pronto se acerco un chico y le pregunto si podía sentarse con él, Ezequiel le contesto que sí. De ahí en más, lo que conozco de esta historia es que Ezequiel se hizo muchos, muchos amigos, y otra cosa que me contaron, es que cuando había que actuar de Papá Noel, siempre lo elegían a él, lo que lo hacía sentirse muy, pero muy orgulloso de haber nacido con ese pelo blanco- blanquísimo.
FIN

(Este cuento nos fue enviado por Lic. Sonia Almada - psicóloga infantil

Don Arbolón. Cuento enviado por una madre

Comentario: Había una vez un colegio que se llamaba "Los Árboles?, ¿Sabéis porqué?, pues porque tenía su patio lleno de árboles. Los había chiquititos.., también medianitos, grandes ...pero había uno que era enorme, un viejo árbol que estaba justo en mitad del patio. Se llamaba Don Arbolón y ocupaba aquel espacio desde mucho antes de que se construyera el colegio.

Don Arbolón quería mucho a todos los niños que habían pasado por aquel colegio y los niños le querían mucho a él. Bajo su sombra los niños descansaban, merendaban, jugaban a cromos, se contaban hasta sus secretos más grandes.... Y Don Arbolón, impasivo, siempre acariciaba con la sombra de sus ramas a aquellos niños que tanta compañía le hacían y tanto confiaban en él.

Un día Don Arbolón apareció malito, con un gran agujero en su tronco y habiendo perdido todas sus hojas. Las señoritas del colegio, preocupadas, llamaron corriendo a unos señores jardineros, quienes con muy poco amor a la naturaleza y sólo con ganas de ganar dinero, ni tan siquiera se preocuparon por Don Arbolón, y al verlo tan viejecito propusieron arrancarlo y plantar en su lugar muchos árboles jóvenes.

Los niños cuando oyeron aquello, sin premeditarlo, se levantaron de golpe y cogiéndose de sus manitas rodearon a Don Arbolón cantando "Don Arbolón no se va del colegio...don arbolón se queda aquí...porque todos los niños... queremos mucho a don arbolón".

Las señoritas inmediatamente echaron a aquellos señores y llamaron a un viejo jardinero que vino muy deprisa con una gran maleta. Cuando vio a don arbolón, le tomó la temperatura, la presión, le miró la garganta.... y al ratito dijo, "necesito tierra para prepararle su medicación" Los niños corriendo fueron a por tierra y en un gran cubo se la trajeron. El viejo jardinero mezcló con la tierra jarabe, gotitas, unos polvos y lo extendió todo en el suelo rodeando a don arbolón, dándole unas cariñosas palmaditas en su tronco al marchar.

Todos se fueron a casa preocupados por don arbolón y cuando llegaron al día siguiente ¡sorpresa!, don arbolón ya no tenía aquel enorme agujero en su tronco y todas las hojitas habían vuelto a brotar en sus ramas. Los niños, muy contentos, rodearon nuevamente con sus manos a don arbolón y con mucha alegría cantaron: "don arbolón ya no está malito, don arbolón se ha curado ya, todos los niños, queremos mucho a don arbolón".

Don arbolón sonrió a su manera, haciendo un simpático movimiento de todas sus ramas y el sol que iluminaba el patio del colegio brilló con mucha más intensidad, participando de aquella alegría que inundó aquella mañana el colegio "Los Árboles".
FIN

(Para mí hijo Alejandro)
(Este cuento nos fue enviado por Lidia - Barcelona - España)

Cuento infantil sobre la adopción de un hijo

Era una tardecita de invierno, hacía muuucho frío y llovía furiosamente. El viento soplaba, soplaba y soplaba... Sentados al lado de la chimenea, los nenes, María, Javier y Teresa comían con placer los bizcochitos calentitos que les ofreció su abuela. Teresa... coqueta, moviendo la cabeza y arreglándose sus trencitas, preguntó:
- Abu, y Lucas... ¿Por qué no vino hoy?
- Está enfermito - contestó la abuela.
- Pero igual lo tenemos con nosotros...
- ¿Y dónde está? - preguntaron los chicos, asombrados, mirando a su alrededor.
- Aquí, junto a mi corazón...- y con un movimiento rápido descubrió una carta que tenía oculta dentro de su blusa, y enseguidita la volvió a guardar junto a su pecho.
Los chicos estaban tan intrigados, que empezaron a gritar:
- ¡Dale, abu, leela, leela!
La abuela, misteriosa e inquieta, respondió:
- No sean impacientes... vamos a leer la cartita más tarde.
Javier y Teresa asintieron con la cabeza, pero María, la más chiquita, caprichosa y enojada, exclamó:
- Entonces... ¡¡queremos que nos cuentes un cuento... ahora mismo!!
La abuela, aliviada, afirmó:
- Me encanta contarles cuentos cuando llueve... ¿Están preparados?
- ¡Síiii!- respondieron los chicos.
- Bueno... ¡Escúchenme con cinco orejas y mírenme con veinte ojos..! Como todos los jueves, hoy les voy a contar un cuento... Pero en esta historia no va a haber ni duendes, ni brujas, ni princesas... Hoy les voy a contar un cuento real... un cuento-secreto... – murmuró despacito.
Con dulzura, la abuela invitó a María, su nieta menor, a sentarse en su regazo, y después de un laaaargo y misterioso silencio, que a los chicos les pareció rarísimo, comenzó su relato: ¿Recuerdan cuando María todavía estaba en la panza de mamá...? Era un día como el de hoy : muuuy lluvioso y frío. Por la noche nos reunimos todos en la casa del Tío Pepe y la Tía Luly para conocer al nuevo primito... Y allí estaba él: Lucas, un precioso bebé, chiquitiiito, flaquito, sonrosado y llorón, en brazos de la tía Luly, tomando su mamadera como un gran comilón. El tío Pepe -calladito como siempre- lo miraba embelesado, y la tía Luly lucía orgullosa y oronda, como una reina feliz. Estaban tan contentos... ¡Por fin se habían reunido con su hijito..!
¡Sí¡¿Qué hicimos?
- Al verlo a Lucas bebé, corrieron rapidito a acariciar la panza gorda de su mamá. Y allí adentro estabas vos, María, dando pataditas, como diciendo : ¡Aquí estoy, ya crecí, ya quiero salir, para jugar con mis hermanos y mi primito!.
-Abuela, ¿y por qué yo daba pataditas? - preguntó María, muy preocupada. -¿A mi mami no le dolía?
FIN
(Este cuento nos fue enviado por la Lic.Dora Kweller - Argentina

Un pollito llamado Llito

Hace muchos, muchos años vivia con su familia un pollito llamado Llito.
Todos los dias Mama Gallina salia con sus pollitos a pasear.
Mama Gallina iba al frente y los pollitos marchaban detras. Llito era siempre el ultimo en la fila. De pronto vio algo que se movia en una hoja. Se quedó asombrado ante lo que vio. Era un gusanito.
Mama Gallina y sus hermanos ya estaban muy lejos. Llito al ver que no tenia su familia cerca se puso a llorar.
- ¡Pio, pio, pio, pio!
- ¿Qué te pasa? - pregunto el gusanito.
- Mi mama y mis hermanos se han ido y estoy perdido.
- No te preocupes amiguito. Vamos a buscarlos. - le dijo el gusanito.
- ¡Vamos, vamos! - dijeron los dos.

En el camino se encontraron al gato, quien les pregunto:
- Miau, ¿a donde van?
- Mi mama y mis hermanos se han ido y estoy perdido - dijo muy triste Llito.
- Yo iré con ustedes a buscarlos - dijo el gato.
- ¡Vamos, vamos! - dijeron a coro.

Al rato se encontraron con un perro.
- Jau, ¿hacia donde se dirigen? -preguntó.
- Mi mama y mis hermanos se han ido y estoy perdido - dijo llorando Llito.
- Jau, iré con ustedes a buscarlos.
- ¡Vamos, vamos! - dijeron a coro.

Y asi el perro, el gato, el gusanito y Llito caminaron y caminaron buscando a Mama Gallina.
- ¡Llito, Llito! ¿Donde estas? - gritaba a lo lejos Mama Gallina.
- ¡Es mi mama! - exclamo Llito.

El perro ladro "Jau, jau". El gato maullo "Miau, miau y el gusanito se arrastro. Todos brincaron alegremente. Al fin habian encontrado a Mama Gallina. El perro, el gato, el gusanito, Llito y su familia se abrazaron y rieron de felicidad.
- Gracias por cuidar a mi hijo. Los invito a mi casa a comer bizcocho de maiz - dijo Mama Gallina.
-¡Vamos, vamos! - dijeron todos.
Al llegar a la casa Mama Gallina les sirvio el rico bizcocho. Nuestros amigos se lo comieron todo, todo, todo. Y como diria Don Mabo, este cuento se acabó.
FIN

El Gran Milagro

En un precioso y frondoso árbol nació un alegre y risueño gusanito llamado Nano. Un habitante que dio mucho de que hablar en el bosque.
Es que desde que nació, Nano siempre se ha portado distinto de los demás gusanos. Caminaba más despacio que una tortuga, tropezaba en casi todas las piedras que encontraba por delante, y cuando intentaba cambiar de hojas......¡qué desastre!....siempre se caía. Por esa razón, la colonia de los gusanos le llamaba de gusanito torpecillo.

A pesar de las burlas de sus compañeros, Nano mantenía siempre su buen humor. Y se divertía mucho con su torpeza. Pero un día, llegado el otoño, mientras Nano se daba un paseo por los alrededores, una gran nube cubrió rápidamente todo el cielo, y una gran tormenta se cayó. Nano, que no tubo tiempo de llegar a su casa, intentó abrigarse en una hoja, pero de ella se resbaló y acabó cayéndose al suelo, haciéndose mucho daño. Había roto una de sus patitas, y se había quedado cojo. Pobre gusanito... torpecillo y cojo.

Agarrado a una hoja, Nano empezó a llorar. Es que ya no podía jugar, ni irse de paseo, ni caminar... Pero, una noche, cuando Nano estaba casi dormido, una pequeña luz empezó a volar a su alrededor. Primero, pensó que sería una luciérnaga, pero la luz empezó a crecer y a crecer... y de repente, se transformó en un hada vestida de color verde. Nano, asustado, le preguntó: - Quién eres tú? Y le dijo la mujer: - Soy un hada y me llamo naturaleza. - Y porque estas aquí? Preguntó Nano. - He venido para decirte que cuándo llegue la primavera, ocurrirá un milagro que te hará sentir la criatura mas feliz y libre del mundo. Explicó el hada. - Y ¿qué es un milagro? Continuó Nano. - Un milagro es algo ¡extraordinario, estupendo, magnífico!...... Explicó el hada y, enseguida desapareció.

El tiempo pasó y llegó el invierno. Pero Nano no ha dejado de pensar en lo que había dicho el hada. Ansioso por la llegada de la primavera, Nano contaba los días, y así se olvidaba de su problemita.
Con el frío, todos los gusanos empezaron, con un hilillo de seda que salía de sus bocas, a tejer el hilo alrededor de su cuerpo hasta formar un capullo, o sea, una casita en la que estarían encerrados y abrigados del frío, durante parte del invierno. Al cabo de algún tiempo, había llegado la primavera. El bosque se vistió de verde, las plantas de flores, y finalmente ocurrió lo que el hada había prometido... ¡El gran milagro!

Después de haber estado dormido en su capullo durante todo el invierno, Nano se despertó. Con el calor que hacía, el capullo se derritió y Nano finalmente pudo conocer el milagro. Nano no solo se dio cuenta de que caminaba bien, sino que también tenía unas alas multicolores que se movían y le hacían volar.. Es que Nano había dejado de ser gusano y se había convertido en una mariposa feliz, y que ya no cojeaba.
FIN

El caracolillo Gustavillo

Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos.

Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño.

Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza, y además, lo peor de todo eran unos horrorosos "pedos" que tenían a Gustavillo el caracolillo mareado.

Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia , explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive y......................
...............si tenía un problema de “pedos” debía de ir al doctor.................

El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días. Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.

A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea.
FIN

(Cuento enviado por Maria del Carmen Castillo - España)

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